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miércoles, 28 de octubre de 2009

Invisible


«Corría por las mazmorras, todo estaba oscuro y me tropezaba con todo lo que había a mi paso. La humedad se había hecho con la estancia con rapidez, y yo sentía que no me entraba más aire en los pulmones, como si estuvieran encharcados. Sé que algo me persigue, algo silencioso y complicado de ver en la oscuridad, corro, corro y digo la contraseña, esperando oír un ruido que me indique dónde está la puerta, porque tampoco soy capaz de verla ni de sacar la varita y hacer un mísero hechizo.»

Me despierto empapada en sudor en mi cama. El dormitorio está vacío, las chicas han salido a dar una vuelta. Me aseo y me visto con rapidez. Durante la mañana, apenas atiendo en clase. Tengo sudores fríos y escalofríos que me dan mala espina. Tengo una sensación extraña en el estómago que me invita a meterme en la cama durante todo el día y no hacer caso de nada ni de nadie. No tengo ganas de nada, no estoy bien, no estoy agusto, estoy inquieta, nerviosa... y tengo el vago presentimiento de que algo malo va a pasar, y lo peor, es que cada vez se hace más fuerte.
-¿Qué te pasa? -Me pregunta mi hermana.
-Nada, nada -niego, restándole hierro al asunto con un gesto de mano.
-Va, cuéntame.
-¡Que no! -Siento hablarle así, pero estoy nerviosa.
-Que te den -y se larga, enfadada, con el frúfrú de su túnica detrás. Bufo para mí misma, ¡es que no puedo contarle la paranoia que tengo en la cabeza! Básicamente, porque me dirá que estoy loca, que todo son tonterías mías, que estoy sopa y que abra los ojos de una vez, que ya no estoy en la cama... o cualquier tontería, yo que sé.

Llega la noche, he cenado ya, llevo desde la comida con un amigo, las demás han preferido dejarme sola, pero él me escucha... bueno, escucha mi silencio, prefiere no preguntar. ¿Y si me estoy volviendo loca? La cena me ha sentado algo mal, todo alimento que caía en mi estomago era un retorcijón, una súplica de regreso al exterior.
-Hasta luego -digo- y gracias -añado, cuando voy a bajar las escaleras hacia las mazmorras.
-Adiós -me sonríe.
Llevo unos cuantos escalones cuando me doy cuenta de que me he dejado el libro de Astronomía en el Gran Comedor. Lo dejaría allí de buen grado, pero prefiero no arriesgarme a que la profesora pueda tomarla conmigo. Deshago mis pasos y corro hasta el comedor, y cuando lo tengo en mis manos, sin mediar palabra con nadie salgo corriendo de nuevo hasta las escaleras. Paro un poco allí para descansar. Noto algo, una respiración a la altura de mi nuca y un pequeño golpe en el talón. Me giro, recelosa. «No... no... ay, que me muero... que no pase, que no pase...» rezo. De nuevo, una especie de relinche caliente remueve mi cabello, pero esta vez de frente «¡cago en...!» y salgo corriendo a toda velocidad, escaleras abajo, pero lo oigo, lo oigo todavía detrás de mí, bajando al trote «¡¿qué demonios es...?!» pero no tengo tiempo para pensar. Me quedo quieta en un lado, silenciosa, a oscuras, sin ver nada, pero esa cosa está cerca de mi, es cuidadosa, lenta, fría y calculadora, pero aunque oigo algunos de sus movimientos, no sé exactamente donde está, ni que es, por supuesto, y eso es lo que más hace que se me erice el vello de la nuca. Me deslizo silenciosamente y susurro la contraseña a la nada, para ver si oigo el sonido de la puerta de mi sala Común abriéndose, pero parece que el mensaje no ha llegado a su destino, en cambio, esa cosa relincha me golpea, se enzarza conmigo, siento golpes por todas partes y lo peor, es que no sé por dónde vienen, ni cómo puedo defenderme. Grito, chillo, y lloro a la vez, me duele todo, todo, y de repente, esa cosa, se marcha al trote, y yo me quedo ahí, malherida, llena de moratones y heridas.

Es por la mañana. Estoy en la enfermería, mi mejor amiga está allí conmigo, al ver que abro un ojo se acerca a toda prisa hacia mí y después con un grito llama a mi hermana.
-¿Qué tal estás? -Preguntan las dos.
-Bien -respondo, aturdida.
-Vaya, te salió el día cruzado ¿eh? -dice mi hermana, y me da un pequeño puñetazo en el hombro, a lo que respondo con una mueca de dolor- ¡ay! ¡Ay! ¡Perdón!
-Ñeh -digo- ¿qué... pasó?
-Pues... hablamos con el profesor Hagrid, y... bueno, primero no quería contarnos nada, pero ya sabes, una pregunta lleva a otra, esa lleva a un pastel... y eso lleva a que se le escapen cosas que no deben. Ya sabes, cuando piensa en voz alta -me dice mi amiga.
-Ajám -asiento.
-Resulta que fue un Thestral descontrolado -me dice- lo traían desde noséquésitio, para ver si podían educarlo aquí o algo así, porque allí ya daba problemas, pero se les escapó, y parece que has sido su víctima -completa mi hermana.
-¿Parece? -Pregunto- yo diría que lo he sido.
-Bah. Bueno, el caso es, que eso no es todo, el bicho ese come carne, carne humana.
La miro, horrorizada.
-Estás de broma -digo, después.
-No, ¿por qué te crees que nos lo encasquetan en Hogwarts? ¿Eh? ¿Por qué lo crees? -Me dice, seria.

Desde ese día, puedo verlos a todos, todos esos extraños híbridos de caballo y algo más, y gracias (o por desgracia) a eso, puedo alejarme de ellos o mentenerme alerta en todo momento, y lo peor, es que el que me atacó, sigue suelto en alguna parte.

Fin.

3 comentarios:

  1. Yo vi morir un conejo :D yo puedo ver thesthrals. Buena narración. Y de paso avisar que aquellos que puntúan un relato, es justo que vayan a puntuar los demás :D

    8 (ocho)

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  2. Gabriel Bolson Aragorn28 de octubre de 2009, 15:23

    Pues, muy buen relato (mejor que el mio, que asco fue mi relato) me encanta el drama y la desesperacion que hay en la historia

    10

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  3. Está bien, pero no me da miedo. :|

    Siete (7).

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